Desde que las civilizaciones ancestrales elaboraran su sabor cremoso por primera vez, el queso se ha convertido en un producto lácteo esencial para nuestra sociedad. Este alimento es rico en una variedad de nutrientes, como la proteína y los minerales, que favorecen la salud.
No obstante, el queso también tiene propiedades ligeramente diferentes según el tipo que consumamos. Algunos tipos de queso, como el queso parmesano, son mucho más fáciles de digerir porque contienen muy poca lactosa y se descomponen rápidamente en el estómago.
Otros quesos, como el queso cheddar o el queso mozzarella, tienen una mayor cantidad de materia grasa. Por eso, se recomienda consumirlos de forma moderada y no a diario. Esto nos hace preguntarnos, ¿cuáles son los pros y los contras de incluir el queso en nuestra dieta?
El queso es un alimento que nos brinda muchos beneficios para la salud cuando lo incluimos en nuestra dieta. Estos beneficios favorecen principalmente a nuestros huesos y dientes.
El queso es una fuente rica en calcio, grasas y proteínas que refuerzan el sistema inmune para que nuestro metabolismo funcione mejor. Además, el queso es un alimento con un alto contenido en vitaminas A y B12, zinc, fósforo y riboflavina, que estimulan el desarrollo celular.
Cuando sumamos el queso a una dieta equilibrada, estamos aportando a nuestro cuerpo la cantidad de ácidos grasos omega-6 y omega-3 esenciales que necesitamos para fortalecer el corazón, estabilizar el ritmo cardíaco y regular la producción de energía.
Dependiendo de la variedad de queso encontramos una cantidad distinta de nutrientes:
Para poder cubrir las necesidades de calcio diarias, es importante saber que solamente consumir 30 gramos de queso duro o 60 gramos de queso blando ya supone un cuarto del calcio diario que requiere el sistema óseo de una persona adulta.
Puesto que el queso también es una fuente rica en ácido linoleico conjugado, que consiste en un tipo de ácido graso saludable, consumir este alimento de forma moderada puede ayudarnos a prevenir la obesidad y las patologías cardíacas, además de ser un potente antiinflamatorio.
Hay una variedad muy concreta de quesos que minimizan la aparición de enfermedades cardíacas, la obesidad y la inflamación. Los quesos que tienen un alto contenido en ácido linoleico conjugado son el queso azul, el queso Brie y el queso cheddar.
Al igual que muchos otros productos lácteos, el queso ayuda a proteger los dientes y prevenir la aparición de las caries. Esto se debe a su alto contenido en fosfato y calcio, muy beneficiosos para reforzar la estructura ósea y dental y equilibrar el nivel de pH en la boca.
Los dos componentes que contiene el queso permiten que se reduzca la presencia de ácidos en la boca, los cuales contribuyen a la formación de caries en los dientes y otras patologías dentales. Por tanto, consumir queso moderadamente ayuda a proteger toda la salud bucal.
Consumir queso en grandes cantidades también tiene riesgos para nuestra salud, sobre todo si necesitamos seguir pautas dietéticas para controlar el peso, la tensión arterial o el colesterol.
El queso es un alimento alto en calorías, por lo que las personas que están haciendo una dieta hipocalórica tendrían que consumir este producto lácteo con moderación. El queso de cabra, por ejemplo, es considerado el más calórico, con 460 calorías por cada 100 gramos.
El factor calórico está influenciado por el tipo de queso al que nos refiramos, ya que algunos quesos presentan un porcentaje de grasa más alto que otros. El queso fresco es la variedad menos calórica porque la cantidad de agua es mayor. Cada 100 gramos supone 190 calorías.
Otro riesgo de consumir queso en grandes cantidades es que puede aumentar el grado de colesterol y grasas saturadas en nuestro organismo. Idealmente, no deberíamos consumir más de 7% de grasas saturadas en nuestra dieta diaria, así que hay que limitar los quesos grasos.
Otros tipos de quesos, como la mozzarella o el requesón, son mucho más beneficiosos para nuestra salud, ya que su cantidad de grasas saturadas es más bajo que el resto y producen menos colesterol, mientras que la textura y el sabor siguen siendo cremosos.
Algunas variedades de queso, cuando se consumen en grandes cantidades, pueden provocar un aumento de la tensión arterial que, si no se controla a tiempo, deriva en patologías y riesgos severos para nuestra salud. Esto se debe a la presencia de grasas saturadas y a la sal.
En definitiva, la repercusión sobre la tensión arterial está directamente relacionada con el incremento del colesterol. Actualmente, el mercado ofrece distintas marcas y tamaños de quesos que ayudan a frenar las consecuencias negativas sin dejar de disfrutar de su sabor.
El queso de Burgos, el requesón, la mozzarella o el queso cottage son algunas variedades de productos lácteos con menos sodio que podemos consumir de forma moderada sin poner en riesgo la salud de nuestras arterias. Los quesos azules, como el roquefort, deberían evitarse.
El queso es un producto lácteo con muchos beneficios para nuestra salud, especialmente cuando lo que queremos es fortalecer y proteger la integridad de nuestros huesos y dientes. Algunas variedades, como el queso duro o el requesón, nos aportan muchas proteínas y calcio.
Además de ser un alimento potente para reducir las posibilidades de sufrir enfermedades óseas típicas de la edad, como la osteoporosis o patologías cardíacas, el queso es una fuente rica en vitaminas A y B12, ácidos grasos omega-6 y omega-3 y fosfato, entre otros nutrientes.
No obstante, los expertos recomiendan incluir el queso en nuestra dieta de forma moderada, consumiendo este producto como un aperitivo para no exponer nuestro metabolismo a un exceso de calorías, al colesterol, a las grasas saturadas y a una subida de la tensión arterial.
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